A fines de los 80, en plena dictadura, Juan Carlos Salas vivía una doble vida: de día era un joven ingeniero que revolucionaba la industria de los dulces en Chile; de noche, ocultaba su identidad por miedo al prejuicio. Fue en ese contexto que creó los inolvidables Chubi, las pastillas de colores que marcaron una generación y que aún hoy caen de las piñatas. Sin saberlo, esa creación sería símbolo de una lucha interna que tardó décadas en liberar.
En una la entrevista publicada en Revista Efecto conversa desde su llegada a la fábrica Dos en Uno, donde Salas se destacó por su ingenio, aunque sabía poco de dulces. Pero su tenacidad lo llevó a liderar un proyecto sin precedentes: replicar los M&M con recursos limitados y en medio de una economía golpeada. El resultado fue un arcoíris de sabor que debutó en la Teletón del ’87 y que, sin manuales ni recetas, se transformó en un ícono del consumo pop local. Todo esto mientras él escondía su orientación sexual entre capas de caramelo y goma.
El peso del secreto fue tanto como el de las turbinas de cobre que batían el chocolate. Pesadillas, agotamiento y licencias médicas marcaron su vida adulta, hasta que en 2014, a los 54 años, decidió contarle al mundo (y a su mamá) quién era realmente. Fue un acto de valentía que vino acompañado de alivio, aceptación y el respaldo de quienes lo rodeaban, desde su pareja Ricardo hasta sus jefes en la empresa.
Hoy, Juan Carlos —o “Mr. Chubi”— ve en esos dulces algo más que un logro industrial. Ve una metáfora de su propia vida: llena de colores, complejidades y momentos amargos que finalmente se volvieron dulces. Porque como él mismo dice, el Chubi no solo le puso color al chocolate, también le puso emociones al corazón de un país que, lentamente, ha aprendido a celebrar la diversidad.
“Lo pienso ahora y creo que de alguna manera el Chubi le ha dado alegría y emotividad al corazón. Que en la toma de Peñalolén, donde había un tema de falta de techo, hayan denominado ‘Las casas Chubi’ (a las viviendas sociales que comenzaron a entregar en 2006) es porque el Chubi tiene que haber evocado alguna sensación bonita. No solo la felicidad de comerse algo. Es mucho más relevante que simplemente darle color al chocolate, como decía el comercial”
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